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@José Miguel Esteban |
PROGRAMA SHUTTLE CHALLENGER (10) 51-L
  
Tripulantes: Fancis R. Scobee (2) Michael J. Smith (1) Judith A. Resnik (2) Ellison S. Onizuka (2) Ronald E. McNair (2) Gregory B. Jarvis (1) Sharon Christa McAuliffe (1)
Duración de la misión: 28 de Enero 1986
Objetivo de la Misión: TDRS-B, SPARTAN-203
El despliegue del segundo satélite para retransmisión de datos y navegación el TDRS-2 (Tracking and Data Rellay Satellite 2), con un IUS (Inertial Upper Stage o Etapa Superior Inercial) acoplado para la transferencia planeada a una órbita geoestacionaria. con un apogeo (distancia máxima a la tierra) de 35.853 kilómetros y un perigeo (distancia mínima) de 858 kilómetros, respectivamente órbita sobre el Ecuador, en la que un satélite artificial gira una vez alrededor de la Tierra justo cada 24 horas, por lo que siempre permanece sobre el mismo punto de la superficie terrestre. Se produce cuando el satélite está en una órbita circular a una altura de 35900 Km).
El despliegue del Spartan-2O3, un módulo de vuelo libre diseñado para operar independientemente de la órbita y observar el Cometa Halley con dos espectrómetros ultravioletas y dos cámaras.
Martes, 28 de Enero de 1986
La catástrofe del Challenger
Era el despegue número 25 de un transbordador espacial norteamericano, los conocidos popularmente como autobuses del espacio. Pero ese día, el Challenger solo aguantó 73 segundos en el aire. Una terrible explosión originada en uno de sus cohetes propulsores lo convirtió en una gran bola de fuego, que acabó con la vida de los siete tripulantes, entre ellos dos mujeres: el comandante Francis R. Scobee, el piloto Michael J. Smith, los especialistas de la misión Judith A. Resnik, Ellison S. Onizuka, Ronald E. McNair, Gregory B. Jarvis y Christa McAuliffe.
El transbordador espacial no debío ser lanzado aquella fría mañana de invierno en la base espacial de Cabo Cañaveral, en el Estado de Florida.
Eran las 11:38 horas y las bajas temperaturas registradas durante la noche habían formado agujas de hielo que colgaban de la torre de lanzamiento.
  
Los ingenieros de dos compañías fabricantes de esa nave espacial lanzaron la voz de alarma y pidieron un aplazamiento. Sin embargo, la NASA dio luz verde y desde el centro de control del lanzamiento se apretó el botón de ignición. 73 segundos después, el Challenger explotaba a 14 kilómetros de altura.
  
Al principio todo iba bien y, desde Houston, incluso habían ordenado al piloto que pusiera al máximo la potencia de los motores. Solo dos segundos después del despegue, un pequeño agujero empezaba a dejar escapar gas al exterior. Un minuto después, la filtración era tan grande que provocó un incendio y la rápida explosión del depósito de combustible liquido, un enorme tanque de 47 metros de largo, que almacenaba 700 toneladas de oxígeno e hidrógeno líquido, la mezcla más explosiva jamás inventada por el hombre.
Ninguno de los siete astronautas que estaban a bordo pudo escapar con vida de este accidente, el peor de toda la historia de la conquista del espacio.

De una sola vez duplicó el número de víctimas humanas en los vuelos espaciales. Entre la tripulación viajaba la primera mujer civil que iba a salir fuera de la atmósfera terrestre, Christa McAuliffe, una maestra de 37 años, que iba a dar una clase desde el espacio.
· Estaba a punto de tocar el cielo.
Para una profesora de escuela secundaria como ella, las reales posibilidades de viajar al espacio como lo soñaron casi todos los niños de su generación eran impensables.
Aquellas épicas hazañas de Shepard, de Glenn y de los astronautas de las Apolo, que habían disparado su imaginación en la década de los 60, eran trabajo para hombres de acero y ella siguió el camino de la mayoría de las muchachas de su época en la costa este de los Estados Unidos. Se preparó para la vida de hogar en los suburbios, se casó, tuvo dos hijos, siguió el profesorado de historia norteamericana y empezó a dar clases en escuelas secundarias de Concord, New Hampshire.
Pero el destino le tenía reservada una sorpresa. En 1985 la NASA inaugura el programa Docentes en el Espacio y ofrece una butaca en el transbordador para aquellos que ganaran un concurso de alcance nacional. Con la esperanza de quien compra un billete de lotería entre 40.000 números, Christa se inscribió y etapa tras etapa fue dejando atrás a miles y miles de competidores. Su empeño tuvo recompensa: fue la primera seleccionada.
Dejó la escuela para soportar un severo entrenamiento durante seis meses y se preparó para dar una clase histórica desde el espacio ante un aula virtual con millones de alumnos que la verían por TV.
A las 11:38 de la mañana del 28 de enero de 1986 dejó la Tierra, amarrada a sus sueños en una butaca del Challenger. Su aventura duró sólo 73 segundos.
La sociedad norteamericana quedó tan conmocionada por este desastre que las principales cadenas de televisión dedicaron todos sus informativos a este hecho, algo que no ocurría en Estados Unidos desde la muerte de Kennedy.
Millones de televidentes de todo el mundo vieron en directo cómo explotaba la lanzadera espacial Challenger poco después de haber despegado. La nave quedó totalmente destruida y los siete miembros de la tripulación fallecieron en el acto. La posterior investigación reveló que se había roto el sello entre dos secciones de un cohete impulsor, lo que provocó un escape de gas que produjo la explosión. Tras el accidente el programa Shuttle se interrumpió durante tres años.
Murieron los siete astronautas: el comandante Francis R. Scobee, nacido en Cle Elum, Washington, el piloto Michael J. Smith, nacido en Beaufort, Carolina del Norte, los especialistas de la misión Judith A. Resnik, nacida en Akron Ohio, Ellison S. Onizuka, nacido en Kealakekua Kona Hawaii, Ronald E. McNair, nacido en Lake City Carolina del Sur, Gregory B. Jarvis y Christa McAuliffe. Esta última había sido seleccionada años atrás para ser la primera maestra en el espacio, y la representante civil del programa de la lanzadera.
La tragedia paralizó completamente el programa de vuelos hasta que se analizaron y volvieron a diseñar todos los sistemas. Una comisión presidencial encabezada por el ex secretario de estado William Rogers y el veterano astronauta Neil Armstrong culpó del accidente a la NASA y a sus sistemas de mantenimiento del control de calidad.


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